2 de junio de 2014

02/06



Entre vistas e infusiones, imágenes de una tarde. Plan desconocido para conocer y tres protagonistas. El casco antiguo de una ciudad con la temperatura típica de las tardes otoñales cercanas al invierno, y el olor a castañas y a frío a pie de calle. Botas verdes, medias rojas y parte del cabello rapado. Combinación. No le pongo adjetivo porque no sé hacerlo. Simplemente combinación. De cosas, de gustos, de lugares, de historias. Riqueza de la tarde. Conversaciones y sonrisas. Y risas. Y plan tras plan. Mochila a la espalda, concierto aquí, tienda de campaña allí, interrail, Biarritz, Donosti, Barna... Y de un lado para otro. Y a recorrernos el mapa. Solas o con gente. Pero la mochila a la espalda. Y confesiones. De madurez, de cambio, de sencillez, de alegría, de ojos abiertos, de vida. Y espejos. Espejos de la tarde, reflejos de unas en las otras, datos similares. Pero también diferentes. Y paseando, contando sueños. Sueños que no se caen, nadie los tira al suelo, se completan con los otros. El sueño de vivir en Nueva York se completa con el de ser artista, y el de tener un perro se completa con el de vivir en un estudio con patio exterior. Y todas queremos azotea. Y la publicidad se completa con el periodismo de guerra, y ambos con el periodismo real, en el lugar real. Y hablamos de blogs, de escribir, de películas, de libros... De descubrir la ciudad, de mercadillos, de antigüedades, de ambiciones...
Y sin silencios. Bueno, miento. Al final de la tarde ya empezaba a haberlos. 
Pero es normal, ¿no? Al fin y al cabo, 
tan solo eramos tres desconocidas.


El veintisiete de octubre de dos mil doce las tres desconocidas de este relato pasaron una tarde juntas. 
A día de hoy, soy incapaz de contar cuántas tardes y momentos habremos vivido, pero he encontrado uno de los primeros que se había quedado en el tintero.
Ya no somos tres desconocidas, pero seguimos siendo combinación.
Qué orgullo.

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