Es sábado
noche, los jóvenes salen a las calles y los mayores se dirigen a sus
casas. La ciudad está alborotada y entre luces y edificios aparecen las
primeras impresiones. El transporte público está a nuestra disposición y
tras un viaje en metro, dos en autobús y uno en taxi, que nos sirven
para corroborar lo inmenso que dicen que es Estambul, llegamos a casa.
Antes de dormir, cuando todos están ya en sus habitaciones, me asomo a
la ventana, y veo el mar Bósforo, al fondo, bonito, con la luna
acompañándole en la noche.
Y pienso: mañana te descubro, gigante.
El sonido de
los pasos me despierta y una encantadora chica turca está haciéndonos el
desayuno. Tras mirar a mi alrededor y a través de la ventana, respiro,
dándome cuenta de donde estoy. Aun no me lo creo, la ciudad más grande
de Turquía y la tercera más poblada de Europa me ha hecho un hueco y me
está esperando.
Empezamos
el día acercándonos a la cultura turca, entre olivas y mermelada de
rosas, parte de su peculiar desayuno, entre palabras en inglés que
empezaban a fluir y esa amabilidad que caracteriza a los turcos.
Viviendo
en la parte asiática, necesitábamos ir hasta Kadıköy, el emplazamiento
más antiguo y el distrito más poblado de Estambul. Sin tener
conocimiento de ello, nos dirigimos hacia allí. Un cláxon nos hace
girarnos. ¡Bien, lo que buscábamos! Common cabs, que los llaman. Y nos
sentamos en ese taxi comunitario amarillo que por 2'25 liras turcas nos
lleva hasta donde queremos. Llegamos al puerto y el revuelo nos
impresiona. Ahora sí que sí, estamos en Estambul y vamos a por él. Entre
puestos de comida, taquillas de venta, hombres turcos y turistas, nos subimos al ferry.
Las primeras imágenes desde el Bósforo o Boğaziçi son increíbles. Viendo mezquitas que parecen estar echando un pulso por ver quién toca antes el cielo, llegamos a Eminönü.
La muchedumbre nos empuja hacia las calles, y la gente reta al tranvía
cruzando los pasos de peatones a su gusto, sin importar lo que venga. Lo
primero que nos encontramos nada más bajar del ferry es la Mezquita
Nueva o Yeni Cami. Es la primera vez que estoy
tan cerca de una mezquita y, con hombres lavándose los pies y las manos
en las fuentes dispuestas para ello, la llamada a la oración haciendo
eco por la plaza (y la ciudad) y la entrada cerrada a turistas por ser
la hora del rezo, la sensación es, ante todo, nueva.
Con los ojos
bien abiertos, ya que no es fácil cerrarlos mirando a algo así, cruzamos
el puente Gálata caminando 490 metros hasta Karaköy. El puente es un
llamativo espacio en la ciudad, con familias enteras pescando en mitad
de la ciudad, con los coches, los buses, el metro y el tranvía pasando
por su lado, mientras ellos lanzan sus cañas de pescar. Algunos hombres
venden lo que pescan y otros simplemente pasan la mañana hablando. Las
mujeres, como veis en la imagen, también pescan. El paso de una parte de
la ciudad a otra por este puente no es, digámoslo claro, muy agradable,
con gusanos en frascos, olor a pescado y montones de basura que el sol
calienta.
Aun así, la estampa es increíble. Estambul es diversidad. Es sorpresa.
Un
poco más arriba, la torre Gálata nos saluda. Esta zona de la ciudad se
encuentra en cuesta, ya que la plaza Taksim es una de las zonas más
altas, y lo más apropiado es coger el funicular. Mucho más arriba está
la plaza Taksim y el parque Gezy, que supongo conoceréis debido a las
revueltas. No vamos, ya iremos por la noche.
Ida
y vuelta. Frente a la Nueva Mezquita nos juntamos con unos cuantos
españoles con los que compartiríamos diez y tantos días más. Todos
juntos, vamos a ver el Bazar Egipcio. Primero, la zona que más nos
asombró, todo un cuadrado rodeando un edificio dedicado a productos para
animales o animales. Llamativos, en especial, los cientos de
sanguijuelas nadando en grandes frascos de cristal. A día de hoy, nos
seguimos preguntando cuál será su función.
Luego
nos dirigimos a la zona de las especias y la comida, donde podemos
encontrar de todo. Decenas de tipos de queso turco, olivas, especias de
todos los colores y olores, pimientos y frutos colgando del techo,
frutos secos, dulces típicos y hasta tabaco de liar que se vende al
peso.
Luego,
calle por calle, los puestos de venta continuan; en este caso la ropa y
los complementos, además de colonias, atestan las paredes de las calles
de la ciudad.
Lo más llamativo: los vestidos largos (cómo no) y para las niñas.
Mientras nos
vamos acercando poco a poco a la zona de Sultahnamet nos empapamos más y
más de Turquía. Las calles de Estambul, en cuesta para ir hacia el
lugar deseado, nos mostraron un montón de comercios con la persiana
bajada, ya que en esos días se celebraba la festividad posterior al
Ramadán. Por esta razón también el Gran Bazar estaba cerrado ese día.
Tras
un rato caminando bajo el sol de Estambul que, está comprobado,
calienta de lo lindo, encontramos un sitio para comer. En un restaurante
de dos pisos, justo en la ventana, nos pedimos nuestro primer, pero no
último, kebab. Nuestro segundo acercamiento a la gastronomía turca, no
sin especias ni picante. Eso sí, con un aperitivo (picante) gratis y té
de manzana o elma çay para todos.
Un consejo: mirad siempre los dibujos de la comida, todo es más fácil así.
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