23 de septiembre de 2013

Estambul, la ciudad dividida

Es sábado noche, los jóvenes salen a las calles y los mayores se dirigen a sus casas. La ciudad está alborotada y entre luces y edificios aparecen las primeras impresiones. El transporte público está a nuestra disposición y tras un viaje en metro, dos en autobús y uno en taxi, que nos sirven para corroborar lo inmenso que dicen que es Estambul, llegamos a casa. Antes de dormir, cuando todos están ya en sus habitaciones, me asomo a la ventana, y veo el mar Bósforo, al fondo, bonito, con la luna acompañándole en la noche. 
Y pienso: mañana te descubro, gigante.




 El sonido de los pasos me despierta y una encantadora chica turca está haciéndonos el desayuno. Tras mirar a mi alrededor y a través de la ventana, respiro, dándome cuenta de donde estoy. Aun no me lo creo, la ciudad más grande de Turquía y la tercera más poblada de Europa me ha hecho un hueco y me está esperando.
Empezamos el día acercándonos a la cultura turca, entre olivas y mermelada de rosas, parte de su peculiar desayuno, entre palabras en inglés que empezaban a fluir y esa amabilidad que caracteriza a los turcos.
Viviendo en la parte asiática, necesitábamos ir hasta Kadıköy, el emplazamiento más antiguo y el distrito más poblado de Estambul. Sin tener conocimiento de ello, nos dirigimos hacia allí. Un cláxon nos hace girarnos. ¡Bien, lo que buscábamos! Common cabs, que los llaman. Y nos sentamos en ese taxi comunitario amarillo que por 2'25 liras turcas nos lleva hasta donde queremos. Llegamos al puerto y el revuelo nos impresiona. Ahora sí que sí, estamos en Estambul y vamos a por él. Entre puestos de comida, taquillas de venta, hombres turcos y turistas, nos subimos al ferry.
 


 Las primeras imágenes desde el Bósforo o Boğaziçi son increíbles. Viendo mezquitas que parecen estar echando un pulso por ver quién toca antes el cielo, llegamos a Eminönü. La muchedumbre nos empuja hacia las calles, y la gente reta al tranvía cruzando los pasos de peatones a su gusto, sin importar lo que venga. Lo primero que nos encontramos nada más bajar del ferry es la Mezquita Nueva o Yeni Cami. Es la primera vez que estoy tan cerca de una mezquita y, con hombres lavándose los pies y las manos en las fuentes dispuestas para ello, la llamada a la oración haciendo eco por la plaza (y la ciudad) y la entrada cerrada a turistas por ser la hora del rezo, la sensación es, ante todo, nueva.



 Con los ojos bien abiertos, ya que no es fácil cerrarlos mirando a algo así, cruzamos el puente Gálata caminando 490 metros hasta Karaköy. El puente es un llamativo espacio en la ciudad, con familias enteras pescando en mitad de la ciudad, con los coches, los buses, el metro y el tranvía pasando por su lado, mientras ellos lanzan sus cañas de pescar. Algunos hombres venden lo que pescan y otros simplemente pasan la mañana hablando. Las mujeres, como veis en la imagen, también pescan. El paso de una parte de la ciudad a otra por este puente no es, digámoslo claro, muy agradable, con gusanos en frascos, olor a pescado y montones de basura que el sol calienta.
Aun así, la estampa es increíble. Estambul es diversidad. Es sorpresa.
 Un poco más arriba, la torre Gálata nos saluda. Esta zona de la ciudad se encuentra en cuesta, ya que la plaza Taksim es una de las zonas más altas, y lo más apropiado es coger el funicular. Mucho más arriba está la plaza Taksim y el parque Gezy, que supongo conoceréis debido a las revueltas. No vamos, ya iremos por la noche.



Ida y vuelta. Frente a la Nueva Mezquita nos juntamos con unos cuantos españoles con los que compartiríamos diez y tantos días más. Todos juntos, vamos a ver el Bazar Egipcio. Primero, la zona que más nos asombró, todo un cuadrado rodeando un edificio dedicado a productos para animales o animales. Llamativos, en especial, los cientos de sanguijuelas nadando en grandes frascos de cristal. A día de hoy, nos seguimos preguntando cuál será su función.
Luego nos dirigimos a la zona de las especias y la comida, donde podemos encontrar de todo. Decenas de tipos de queso turco, olivas, especias de todos los colores y olores, pimientos y frutos colgando del techo, frutos secos, dulces típicos y hasta tabaco de liar que se vende al peso.
Luego, calle por calle, los puestos de venta continuan; en este caso la ropa y los complementos, además de colonias, atestan las paredes de las calles de la ciudad.
Lo más llamativo: los vestidos largos (cómo no) y para las niñas.


Mientras nos vamos acercando poco a poco a la zona de Sultahnamet nos empapamos más y más de Turquía. Las calles de Estambul, en cuesta para ir hacia el lugar deseado, nos mostraron un montón de comercios con la persiana bajada, ya que en esos días se celebraba la festividad posterior al Ramadán. Por esta razón también el Gran Bazar estaba cerrado ese día.
Tras un rato caminando bajo el sol de Estambul que, está comprobado, calienta de lo lindo, encontramos un sitio para comer. En un restaurante de dos pisos, justo en la ventana, nos pedimos nuestro primer, pero no último, kebab. Nuestro segundo acercamiento a la gastronomía turca, no sin especias ni picante. Eso sí, con un aperitivo (picante) gratis y té de manzana o elma çay para todos.
Un consejo: mirad siempre los dibujos de la comida, todo es más fácil así.

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